Una deriva desde el Holocausto hasta Gaza
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25/01/2008
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En las páginas de la Biblia se narra con tinta sagrada cómo Yahvé hizo, una vez más, el milagro de salvar a los judíos de su exterminio. Relata el Antiguo Testamento que, cuando ya iban a ser alcanzados por las tropas faraónicas y erradicados de la faz de la Tierra, se abrieron las aguas del mar Rojo para dejar paso a Moisés y a las tribus de Judah. Los judíos huían porque no querían ser esclavos de un imperio impío que adoraba al Sol-Ra y prohibía sus ritos religiosos.
Luego, tras una larga historia de vicisitudes persecutorias, la diáspora hebrea se terminó con la aparición del sionismo y la creación en 1948 del Estado de Israel, enclavado por la fuerza en territorio palestino.
Ni los visionarios textos bíblicos ni la Cábala anticiparon nada acerca de la huida de los palestinos, en el año 2008 de la era cristiana, por el Paso de Rafah. Por la grieta abierta en el Muro de Gaza que los aísla, huyen del genocidio metódico y persistente a que les someten los israelíes, con el indisimulado fin de expulsarlos definitivamente y colonizar sus tierras.
El nombre de Israel significa en hebreo “los que luchan con Dios”. Un aviso soberbio. No importa que sea una ofensa para la Razón. Son el pueblo elegido. Además de la alianza con Dios, el Todopoderoso en este planeta son el Tío Sam y Gran Dinero financiero internacional. Apoyo político por arriba y también por entre las sinuosas sombras de abajo, a más de recursos ilimitados para comprar. Poder. Todo lo cual permite al gobierno sionista de Israel almacenar armamento destructivo sin duelo y torear impunemente a la ONU y a la justicia internacional, con derechos humanos incluídos.
Pero, por si eso no bastara, a la hora del ojo por ojo y diente por diente cotidiano, la plasmación de represalias vengativas contra la población civil palestina, los gobiernos israelíes emplean a su merced uno de los ejércitos más poderosos del mundo, en una sociedad militarizada por ley.
Aún así y por si fuera poca toda esa impunidad de su lado, el Dios cruel y sin ambages del Antiguo Testamento, el Bush de turno en el imperio USA y la banca dadivosa, el sionismo del estado de Israel ha necesitado tejer a fondo una refinada malla de concienciación victimista. Se trata de enarbolar la legitimidad del antisemitismo como una mancha que nos debe impregnar a todos los gentiles, por acción o por omisión.
Una manía persecutoria hecha doctrina, la del eterno odio a los judíos. Ese brocado ideológico les sirve, como inmejorable salvoconducto de amparo y disimulo, para su agresora política de eliminación de los estorbos que se oponen intifadamente a sus planes de expansión. Para ello no dudan en exhibir con impudicia, sin cesar un instante y en todos los hilos de la propaganda, su cartel de mártires mayúsculos y "únicos" del nazismo.
Dada su calidad de máximas víctimas del Holocausto, pueden, en puro ejercicio de traslación psiquiátrica, transformarse en supremos verdugos. Un clavo saca otro clavo. Por eso entran sus soldados a sangre y fuego en poblados andrajosos e indefensos, sus máquinas destruyen casas y construyen muros de apartheid, su política de sed seca los pozos de agua, sus torturadores no conocen descanso y sus maquinaciones belicistas no tienen tregua.
El mimetismo de la sociedad judía con los métodos nazis tiene toda la traza de un escándalo permanente y morboso. Aún no han llegado tan lejos en la macabra imitación de la parafernalia simbólica hitleriana. Aunque les queda poco para emprender una “solución final” palestina. Sólo faltan las duchas de gas y los hornos crematorios.
Cierto que, frente a este nacional-sionismo maníaco y agresivo, hay otros judíos tranquilos que aman la paz y la concordia. Pero o bien no están en el estado de Israel o su voz tiene escaso eco o callan como laicos amedrentados.
Conocí a un comandante del Ejército español ya en el retiro, demócrata de todo punto, que era un auténtico devoto del judaísmo y su democracia (teológica) resumida en la sociedad de Israel. Incluso tenía la bandera de la estrella de David expuesta en su casa. No cesó hasta viajar a Jerusalem con el gozo del cautivado. Cuando regresó le vi sumido en la amargura. Israel le había gustado. Sin embargo, no pudo soportar el distanciamento despreciativo, expresado corrientemente en la palabra goyim.
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